EL ACTO
Miguelito dormitaba desparramado en
una silla. Inclinado hacia atrás con la cabeza ladeada y la panza al aire. El
ombligo se le salía para afuera. Tenía los pies descalzos apoyados sobre el
freezer, que estaba con la puerta abierta. Toda una sensación de frescura ante
los treinta y ocho grados de térmica. No roncaba pero largaba un bufido finito
y un hilo de baba le salía desde la boca y mojaba la remera. “¡¿Que hacé
pelotudo?! ¿No ves que se van derretir los helados?” gritó Tucho al encontrarse
con tan tierna escena. Miguelito casi se cae para atrás del susto. Chistó y
bajó los pies, agarró un helado y se dispuso a chuparlo mirando a su compañero
con mala cara. Tucho se acercó y cerró el freezer de un portazo. “Son para los
pibes, Miguel… ¿Si te los comés vos, que mierda les vamos a dar mañana?”
Miguelito se puso de pié. Su remera
decía SELÚ Helados. “¡Y pedile a tu amiga la Malinche que mande más y san
se acabó! ¡Psst…!” dijo reprochando. “Primero:” lo frenó Tucho, con en índice
en alto “la compañera Malinche no es mi amiga. Segundo: los helados son para
los mocosos, para el acto del domingo, o sea mañana, y los mandó porque le
sobraban y si no los iba a tener que tirar, nosotros no se los pedimos… ¿tamos?
Y escuchá, andá a buscarlo al Anguila que hay que hacer pintadas y tenemos que
mover gente, recién me llamó el Toto desde el municipio…Agarrate…” se hizo un
poco el misterioso y frotándose las manos soltó: “parece que viene Darío al
acto”. A Miguelito le brillaron los ojos. “¿En serio?” preguntó y se le cayó la
mitad del helado al piso. Tucho resopló y puso los brazos en jarra. El sol que
se filtraba a través de la cortina de esterillas de junco resaltaba su
impronta. Tenía un shortcito de Boca, una camisa blanca desabotonada y calzaba
unos mocasines gastados. Sacó un paquete de Derby Suaves y encendió uno.
Miguelito se palmeó los muslos y entró ladrando Camporita, el cusquito semi
pelado que tenían por mascota. “Ahí Campi, ahí” le señaló y el can empezó a
lamer la crema del suelo. “Este es mejor que una aspiradora, es” comentó
sonriente.
En eso en la vereda se escuchó un
batir de palmas “¿Que pasa?” gritó Tucho y se asomó usando una mano como
visera. “Hola ¿Cómo andás máquina?” dijo un hombre bajito y flaco de bigotes
“Soy yo, Roldán, el remisero de acá a la vuelta”. “Ah… Que hacé Meteoro, ¿Cómo
andas?”. “Y… acaaa… Tirando… viste”. “¿Que andas precisando, che?”. “No… Venia
a ver, si vos podés…, viste, ustedes que están en la Municipalidá… Porque
el pibe mio ya me cumplió los dieciocho… vis-te”. “¿Ya tiene dieciocho el
pendejo? ¡Mirá vos! ¡La puta que lo parió, che…! Como pasa eh…” comentó Tucho
dándole una palmada en la espalda. “Si, la verdá, es una cosa de locos… cuando
te das cuenta, ya estás en el horno…”. “Bueno ¿Y que pasa? ¿Querés que le
con-siga algo en la Muni?
¡Mirá que está recontra jodido eh! No cabe mas nadie, si apenas entró Darío se
trajo a toda su gente y llenó todo de alcahuetes, si casi nos quedamo´ afuera
nosotro´… ¿Sabes que quilombo que le hicimo´? No, no creo que consiga nada por
ahora che… Si los que estamo´ en planta permanente andamos con el culo en la
mano, ¡imaginate los contratados!” dijo el compañero, le dio una última pitada
al pucho y tiró la colilla a la zanja. Por unos segundos miraron el humo sobre
el agua. “No, no… trabajo ya le enganché, viste, lo van a tomar acá en la
remisería conmigo, yo con el renó 12 tiro, se la banca, y ahora él está por
sacar un crédito y vamos a comprar un Taunus gasolero, está lindo, ya lo
señamos, viene bien de chapa y de papales, así que lo que anda necesitando es
el registro, viste, después sacamos un seguro contra terceros y a la mierda,
viste, más que nada para que la gorra no le rompa las bolas, y el otro día
hablaba con el Tano y me dijo que te vea a vos que estas en Tránsito…”. “Y
bueh,…dejame ver Meteoro, en una semanita lo tenés, mandameló a tu pibe. Me
tiene que traer dos fotos carné, fotocopia del documento y va a tener que ir al
centro a sacar el certificado de reincidencia, lo demás dejameló a mí… ”Lo que
pasa es que el Rulo estuvo guardado unos días porque lo agarraron con porro
encima el año pasado, tocó el pianito y todo, viste…”. “No te calentés que a los
dieciocho se limpia todo, mandameló nomás…” dijo seguro el compañero y le dio
otra palmada en la espalda. “Gracias Tucho, ahora lo agarro del forro del culo
y lo pongo a hacer los trámites, a ver si aprende a ganarse la guita pa` los
vicios… ¿Cuánto sale la gestión?“ “Y… mirá…Con antecedente y toda la bola, si
lo querés en una semana,…son tres gambas”. “¡¿Tré gamba Tucho?! ¡Yo manejo un
Renó 12!” dijo algo indignado Roldan. “Y bueno Meteoro, hay que vivir, ¿vissste…?
¿Lo vas a querer o me estas haciendo perder tiempo al pedo? Si no, es fácil,
andá a la seis de la mañana, sacá turno, comete la cola y que el pibe haga el
examen de manejo. Te va a salir setenta mangos, pero te van a dar una garcha
para andar en bicicleta y te va a tardar dos meses. Es corta la bocha, Meteoro,
yo te lo traigo en una semana y te seirve pa manejar helicótero” dijo Tucho
haciéndose el importante. “No, sí, encargalo nomás que yo te lo mando al Rulo
con los papeles y la guita el lunes” dijo Roldan cabisbajo. “Mirá que mañana hacemos
un acto acá en la calle, tenés que venir eh”. Se saludaron efusivamente y el
remisero se fue caminando pensativo.
El sol brillaba en lo alto y
castigaba de lo lindo en el medio de un cielo celeste sin una nube. El día
estaba demasiado bueno como para ir a la municipalidad, por eso ni él ni el
compañero Miguelito, habían ido a ocupar sus puestos de trabajo. Aunque los
sábados tuvieran que cumplir media jornada. Además se sentían más útiles a la
comunidad en la Unidad
Básica, más cerca de la gente. Miró hinchado el cartel sobre
la entrada, una chapa grande medio oxidada con el escudo peronista que rezaba
con letras azules: UNIDAD BÁSICA NA-SIONAL Nº 71 “PERON ES DIAMANTE”.
En la esquina un montón de borregos
jugaban un picado. Gritaban y se cagaban a patadas como si fuera Argentina -
Alemania en la final del 86, mientras otro grupito de pibes con gorrita tomaba
cerveza en la puerta de una casa y la música de Néstor en bloque salía por unos
bafles a todo lo que da. Doña Juanita venia caminando con la bolsa de los
mandados y cuando Tucho la vio se metió adentro para no tener que escucharla
durante una hora, porque a la vieja le encanta el chusmerío, es la Lucho Avilés del
barrio. Además vende Tupper y cosas de Avon. Es un peligro. Las señoras mayores
tienen la tendencia natural de darle a la sin hueso como el chancho a la
batata. Adentro Miguelito estaba viendo un programa de esos de chimentos donde
hacían una especie de informe sobre las tribus urbanas y esas modas nuevas con
las que se identifican los jóvenes. Lo miró a Tucho con una mueca que parecía
una sonrisa y le preguntó “¡Che Tucho! ¿Vó que só? ¡¿Nemo o Flower?!”.
“¡Peronista soy! ¡Que me venís con boludeces!” le contestó. “¿Por qué no te
hacés unos mates? Mirá que en un rato viene el Toto con la chata del municipio
y tenemos que salir ¿preparaste las cosas?” “Si está todo ahí” dijo Migulelito
sin despegar los ojos de la pantalla, y señaló un rincón donde había tres
tachos grandes con pegamento diluido, varios rollos con afiches, brochas y unas
latas de pintura. “Cambiá eso, poné Crónica, poné a ver que salió en la
quiniela” ordenó Tucho. “No agarra” “¿Cómo que no agarra?”. “¡No, no agarra!”
dijo Miguelito haciendo un zapping y lo único que se veía en el televisor eran
rayas en todos los canales.
SSSSssssssssssssshhhhhhhhhhhhhh…
wshhhhhhhhh…
ssshhhhhhh.
Ese ruido blanco, ruido a vacío,
ganaba terreno y retumbaba en los oídos de Tucho poniéndolo tan nervioso que se
paró frente al aparato y le zampó un par de golpes y cachetazos. Pero no hubo
resultado, apenas se veían: canal siete que estaba pasando un documental sobre
la vida de las hormigas, canal nueve con el programa de chimentos donde ahora
hablaban del romance de la estrella travesti, Glenda Glande con un vendedor de
choripanes y canal trece donde pasaban la repetición de una novela brasilera.
“¡La concha de la lora, se cortó el cable!” gritó Tucho. “¡Ni siquiera agarra
el once, que ahora están Los Simpson! Lo voy a buscar al Chileno hijo de puta
para que lo ponga de nuevo” dijo Miguelito agarrando de arriba de la heladera
la carterita marrón. Miró a la virgencita del clima que estaba con la felpa
bién celeste y salió. Tucho se colgó a mirar el documental de las hormigas. Al
rato, fue hasta la cocina para prepararse un mate, pero después de varios intentos
de prender la hornalla y verificar que el magiclick andaba bien, cayó el la
cuenta de que la garrafa estaba vacía, así que resoplando miró el freezer y
agarró un pote de crema helada de chocolate. “Total hay un montón” se dijo
resignado.
Malinche les había mandado los
postres porque se los tenía que sacar de encima. Hacía rato que las cajas del
Plan Vida que el partido repartía en el barrio venían sin el correspondiente
cartón de leche en polvo y todos andaban comentando que los transaba con la
fábrica Selú. El asunto se complicó cuando un concejal de la banca contraria
hizo la denuncia. Manolo se enojó y mandó abrir un sumario que terminó
archivado por ahí en los confines del lado oscuro del municipio. Al final, la heladería
se fundió, pero todavía están los carteles: “¿Anda amargado? ¡Venga a Selú
helados!”
La cosa es que al Toto se le ocurrió
hacer un acto con alguna excusa y repartir las delicias heladas entre la gente
para destacar su presencia en el barrio. En oportunidades anteriores habían
declarado de interés cultural, el almacén de Doña Cinda, el puesto de choripanes
de la esquina de Warnes y Osorio y la cancha de fútbol del club 12 de Octubre,
donde los pibes salieron campeones cinco años seguidos. Esta vez quisieron
festejar el día del niño, pero Miguelito recordó que eso es en agosto y estaban
en diciembre. Así que decidieron que uno de los tres se iba a disfrazar de Papá
Noel y listo el pollo. El Toto contó algo de esto en la intendencia. Parece que
la idea prendió en algún asesor y Darío, el Intendente en persona se aparecería
por el acto para saludar a los vecinos y de paso comunicar un plan de obras. En
realidad para decir que iban a empezar con la construcción de unas cloacas que
Quindimil había anunciado unas veinte veces antes. Con todas las obras que
anunció Manolo en los últimos años, se podía haber construido un barrio
paralelo, así que la gente ya estaba un tanto acostumbrada. Entonces el
regordete Santa traería cloacas y helados para todos.
Tucho salió y se sentó en la vereda.
Camporita se le puso al lado y parecía una estatua de las que cuidan la entrada
del Club de Leones, pero bonsái. Calle de tierra. Más allá la vía, la estación,
la calle con asfalto siempre destrozado, la zanja, un galpón abandonado, un
charco sucio donde al agua va pudriendo un zapato. Una ráfaga de aire caliente
pasó arrastrando el olor de la basura acumulada en la otra esquina. Pañales,
restos de comida, un perro muerto, un colchón lleno de moho, botellas rotas y
una pila de cartones eran el hogar ideal para las ratas que ya habían formado
su propio reino debajo del cartelito que decia: “Prohibido tirar basura”.
Desde la otra cuadra venían Miguelito
y el Chileno con una escalera. Al llegar, el hombre del cable subió al poste de
luz y reconectó el servicio en un minuto ante la mirada del compañero, que
vigilaba con el ceño fruncido y el 38 en la cintura. “Tomatelás… Y la próxima
te meto una denuncia en defensa del consumidor” le dijo después de realizado el
service. El Chileno trabajó en Multicanal y cuando lo echaron, porque se
afanaba los decodificadores, se independizó. El barrio está catalogado como
zona roja, no entran técnicos. Entonces, el muchacho hace conexiones truchas y
cobra unos veinte mangos al mes por el mantenimiento, diez para él y diez para
la comisaría de donde viene la instalación legal.
“¿No llegó el Toto?” preguntó
Miguelito. Tucho negó con un gesto. “Hacete unos mates entonces…”. “Se acabó la
garrafa” dijo Tucho repitiendo el gesto. “¿Pero que hacen con el gas? ¿Se lo
fuman? ¡La concha de la lora… Si la cambié ayer!”. “¡Y que querés si son esas
garrafas de mierda del plan social que ya vienen medio vacías! Decile al Toto que
traiga un par de la intendencia…” En ese momento entró Anguila con una bolsa de
hacer los mandados. “¿Che, que dice la gilada?” No tuvo respuesta. “Recién pasé
por la casa de la Amanda
y me dio el traje que le encargaron. ¿Vos vas a ser Papá Noel gordo? ¡Te vas a
recagar de calor con esto!” le dijo a Miguelito, sacando el gorro de felpa roja
y al sonreír mostró sus dientes torcidos. “Decí una boludez más y vos vas a
hacer de ciervo que tira del trineo, pendejo…” le contestó el compañero. “Son
renos” corrigió Tucho. “¿Lo qué?” preguntaron a coro los otros dos. “Los que
tiran del trineo, son renos…”. “¡Me importa tres carajos! Todavía no decidimos
quién se pone esto eh, así que vamo´ a tener que sortear…” Se quejó Miguelito.
“¡Si te queda pintado gordo!” dijo el pibe agarrando el saco de una tela roja
medio arratonada. “Vos, agarrá un tacho y un rollo de carteles y andá a
pegarlos por ahí, nene” ordenó Tucho. Anguila obedeció chistando mientras
Camporita le hacia fiesta moviendo la cola. “Miguel, no te me vas a retobar
ahora, que el traje costó cincuenta mangos, boludo…” dijo Tucho poniendo cara
de circunstancia. Miguelito se metió en el baño. Al rato se es-cuchó el fluir
del agua del inodoro, se abrió la puerta y apareció Papá Noel en ojotas y con
la barba medio torcida. A los dos segundos ya estaba transpirando. El agua no
dejaba de correr. Miguelito Noel se miró en el espejo redondo que colgaba de un
piolin en medio de la pared. “Ni siquiera tenemos un arbolito y me hacés poner
esto, Tucho, que se lo ponga el mocoso…”. “Vos sos el indicado, compañero, te
queda de diez, hacelo por la alegría de los pibes, ¡Hacelo por Perón!”. Miguelito
Noel se resignó mirando la foto del General montado en su caballo pinto. El
agua del baño seguía corriendo. “¡Otra vez pelotudo! ¡Le diste fuerte!” gritó
Tucho y Papá Miguel lo miró sin entender “¡Se rompió el cosito de tirar! ¡Mil
veces les dije que tiren despacio, que el flotador está flojo! Ahora si no lo
arreglo va a estar toda la noche glú, glú, glú y… ¿Sabés como rompe las bolas?
Glú, glú, glú…No se puede dormir…” Después de veinte minutos de lidiar con una
pinza y un alambre el proble-ma estaba solucionado y sobre el botón del inodoro
pusieron hermoso letrero: “Tirar despasito”.
Desde la calle llegaban gritos,
Camporita empezó a ladrar como loco y se escucharon varias explosiones.
Miguelito agarró el 38 y salió. Los pibes que jugaban al fútbol habían
terminado el partido y ahora le tiraban cohetes y petardos al loquito López que
pasó corriendo como una ráfaga envuelto en su frazada mugrienta. “¡Che, a ver
si se dejan de romper las pelotas con los cohetes que el perro se me pone
loco!” gritó y los niños se quedaron paralizados ante la estampa de Papá Noel
en ojotas con un pantalón que le quedaba chico, el saco abierto dejando ver la
remera de Selú, la barba desencajada y un revólver en la mano. Se fueron
corriendo detrás del pobre loco y dos cuadras mas allá empezaron otra vez con
la pirotecnia. Los muchachos de la esquina, seguían tomando cerveza al compás
de la cum-bia. “¡Gordo, traeme una Play Station!” le gritó el Polaco y todos
largaron la carcajada. “¡A tu hermana la voy a dar un regalito!” respondió
Miguelito Noel. Se estaba metiendo adentro cuando pasó Chelo con su Fiat 600 a dos por hora. El motor
hizo un ruido y se quedó clavado. De la parte de atrás salía un humo negro y el
Chelo largó un rosario de puteadas que involucraba al mecánico, a Fiat y
algunas piezas del motor. “¡Se la banca la cupé italiana eh!” dijo Miguelito
entre risas. “¡Flor de poronga!” gritó el conductor que bajó del auto y le
encajó una patada a la puerta. “¿Querés que te llame a la grúa?” gritó el
Polaco desde la esquina y su séquito largó la carcajada. “Subila acá a la
vereda que te la vigilamos, si la dejas en la calle, en diez minutos te la desmantelan
estos hijos de puta…” dijo Miguelito Noel señalando a los muchachos de la
esquina. “No, gracias gordo, la voy a empujar hasta acá a la vuelta, a lo de mi
cuñado que tiene garaje”. “¿A lo de Meteoro? Hoy anduvo por acá… Te ayudo…” Se
ofreció Miguel. La imagen era como una foto de Marcos López.
Un Papá Noel que parecía un refugiado
de Kosovo empujando un Fiat 600. Al gordo, le caían las gotas de transpiración
por todos lados. “¿Que pasó Papá Noel? ¿Se te quedó el trineo? ¡Pedite un
remís!” le gritó un pibe que pasaba en bicicleta. “Son todos verdugos acá,
gordo, cualquiera viene y te descansa… No tienen res-peto por nada estos
guachos. En otros lugares no pasa. Antes era otra cosa acá, pero no hay
cultura, no hay…” comentó Chelo, mientras empujaban “Vos sabes que el otro día,
fui con mi novia, la Gaby
a un restorán en el centro… Y había unos yankis. Pero mirá vos lo que es el
capitalismo, che… ¡Los tipos te comen todo con cuchillo y tenedor! Se pidieron
un pollo, loco, y lo dejaron pelado pelado, los huesitos, todo, loco, así como
nosotros que lo agarramo´ con la mano, pero con cuchuillo y tenedor, un
espectáculo verlos comer a los tipos. La fruta, naranja, manzana, todo con
cubiertos, no te agarran nada con las manos, che…y…es gente que tiene otra
cultura, viste, están acostumbrados a comer afuera todos los días, es otra
cosa, afuera es otra cosa…”
Llegaron a lo de Meteoro, y entraron
el auto al garaje. “Gracias Papá Noel” se despidió Chelo y Miguelito volvió a la Unidad Básica
reflexionando sobre la cultura. Y un acto para los pibes es cultura.
“Che Tucho… ¿Y si les decimos a los
troskos del Centro Cultural que traigan una banda que toque música o le decimos
al Corcho o ponemos alguna boludez para los pibes? No sé, digo… títeres o algo
de eso…” comentó al llegar. “Miguel sacáte el gorro que se te están quemando
las neuronas… Eso es cosa de jipis... ¡Che, ya son casi las dos de la tarde y
el Toto no aparece…!” dijo Tucho. Lo llamó al celular pero estaba apa-gado o
sin batería. Esperaron un rato. Miguelito puso Crónica TV.
“Y ahora volvemos en directo desde la Municipalidad de
Lanús” dijo el cronista y Tucho tuvo un mal pre-sentimiento. “Vemos a la gente
que se acerca… acongojada…” seguía el tipo desde la pantalla con un traje gris.
“En algunos instantes se espera la llegada de algunas personalidades del
Partido Justicialista, se dice también que el ex presidente vendría en horas de
la noche para este último adiós…” Tucho y Miguelito se miraron sorprendidos.
Escucharon que Toto frenaba la camioneta de la Municipalidad en la
puerta. “…El último adiós, repetimos, para este histórico dirigente, quién
fuera el presidente del PJ de la
Provincia de Buenos Aires…” Crónica mostraba la entrada del
edificio municipal en Yrigoyen al 3800 y un grupo de personas que se amontonaba
en la puerta. “Esta mañana, a los 84 años, tras una larga enfermedad…” El Toto
entró con los ojos llenos de lágrimas. Los tres se miraron, miraron la tele y
se abrazaron. Escucharon el latido de sus corazones. El de traje gris
continuaba llenando el silencio con sus palabras de tono seco. “…Fallecía quien
fue siete veces electo intendente… Este hombre con un fuerte compromiso con los
valores del peronismo, don Manuel Quindimil”
“¿Cómo se va a Morir Manolo?” preguntó
Tucho mirando la foto de Perón. “¿Y quien carajo va a querer venir a un acto
justo mañana? suspiró Papá Noel.