jueves, 12 de septiembre de 2013

Sebastián Pandolfelli sorprende y alegra con Choripán social - Una conquista popular.


Editorial Wu Wei edita Choripán Social - Una conquista popular, de Sebastián Pandolfelli, ofreciéndonos una obra llena de imágenes, acción y guiños; de alegre impronta peronista  y con mucho humor. Y así como el libro ofrece humor, también lo demanda de parte del lector.
Choripán social está prologado por el escritor Alberto Laiseca, quien no duda en equiparar el estilo literario de Pandolfelli al de Osvaldo Soriano y al de él mismo.
Y como no podremos superar la pluma de Laiseca, los dejamos en su compañía para que leyendo ese prólogo les entre esas ganas irrefrenables que nos agarró a nosotros y nos hizo leer a Pandolfelli, con una sonrisa de oreja a oreja, de un solo tirón.

“Este es un libro genial, de humor único. Nadie escribe así. Qué otro que Pandolfelli podría comprender las contradicciones del que está abajo. Él mismo vivió muchísimos años en Lanús: en Villa Diamante concretamente (Diamante, que No es parte de Villa Caraza, digan lo que diga. ¡Viva Perón, carajo!).
Los personajes, aunque muchas veces sería un poco de ellos, están tratados con ternura. Y muy bien diseñados. De esto después hablaremos más.
Es como Las Mil y Una Noches de la pobreza y el delirio. El primer peronismo, no importa cómo, funcionó. Era la lámpara de Aladino. Cada vez que aparecía un déficit, se la frotaba y aparecía el Genio con las manos llenas. Después de 1955 quedó el mito, que también es un Aladino en sí mismo. Por eso el peronismo es imborrable en el sueño popular. Así en esta novela no tiene nada de extraño que unos delirantes intenten reciclar (o directamente poner en marcha) viejas maravillas y objetos de aquel tiempo. Sea el Pulqui, un ataque de cien o doscientas toneladas (para el caso es igual), e incluso una heladera súper, logro del primer gobierno. No podía faltar claro, Richter y la primera bomba atómica argentina. Admito, de odas formas que estos delirios aparecen aquí apenas insinuados virtualmente. El desarrollo es completo en otra obra de Pandolfelli, aún no publicada.
Todas las partes son maravillosas. Lástima que sólo puedo citar algunas: “La gente estalló en un grito de algarabía. Todos saltaban y gritaban, incluso algunas chicas un tanto osadas levantaron sus remeras mostrando las tetas, locas de contentas.”
Ahora digo yo, Laiseca, el comentarista: ¿Será posible que siempre me pierda esas manifestaciones nacionales y populares? La única vez que por el estilo vi algo (en foto) fue cuando ganó la selección nacional (con Maradona en plena gloria). Se hizo una fiesta en el obelisco y una chica con remera de “Número 10” peló las gomas. A la foto publicada por el viejo diario La Razón todavía lo guardo. Pero parece que la “mostrada” es una institución. Así en la novela: “- Acá están, estas son, las mujeres de Perón – coreaba un grupo de chicas y viejas levantándose las remeras y mostrando las tetas, mientras unos jóvenes pelilargos cantaban que iban a construir una escalera con los huesos de Aramburu para que Evita llegara al cielo y…·. Etcétera.
Una parte inolvidable es esa donde el malvado jefe de la Guachampú ordena a sus zombies, mediante fuerzas electromagnéticas que les entran por el ortex, que maten a sus adversarios políticos. Pero las cosas se le desmadran porque los zombis empiezan a matar a cualquiera (incluso se matan entre ellos). De modo que: “… Al emitir la orden, en lugar de crear un poderoso ejército, activó centenares de gólems asesinos seriales.”
Otra delicia es la parte de las “Minas rompe huevos”. Pero es que los rompen en serio: con su cháchara hacen que se te inflen y estallen. Yo calificaría de genial a esta parte: “Su papá se fue con una vecina cuando él tenía tres años y su mamá cayó presa del vino en cajita. La internaron en el Braulio Moyano y nunca más la vio”. Cuando alguien es loco, malo y monstruo en este libro, lo es en serio.
Aparece un fabricante de morcillas. Según sostiene el tipo, las mejores se hacen con chanchos negros. El problema es que tales porcináceos son escasos. Decide entonces ir al África para “…cortar los miembros viriles los de los nativos. ´Ya viene la morcilla hecha, sin ningún tipo de proceso´. Con esta loca idea partió y al tiempito nomás mandó una encomienda con dos o tres chotos zulúes o quién sabe de que otra tribu. Continuó por esos pagos hasta que por ensartarse a una negrita (que, parece, era hija de un guerrero importante de una tribu del Congo) se la cortaron a él y murió desangrado.
Choripán Social es, para mí, una acabada muestra de realismo delirante, tal como los libros que escribieron el gordo Soriano o los míos. Aún así los tres estilos no pueden ser más diferentes, ya que cada uno lo encontró por su lado.
Ya adelanté que los personajes están impecablemente diseñados (tanto los corruptos y malditos como los puros de corazón y peronistas en serio).
Sebastián Pandolfelli consigue algo muy difícil en literatura: Que uno crea en la existencia de todos ellos.
El globo gigante que representa al General Perón, a quienes todos la piden un milagro para acabar con el quilombo, habla y les dice muy enojado algo como esto: “Ya me tienen harto. Dejen de pedirme cosas. Al milagro lo tienen que hacer ustedes.” Y el milagro (más allá de la ironía) tiene lugar. La aparición mágica y repentina del árbol de la flor del ceibo, en la Plaza de Mayo, calma los ánimos y, los que todavía están vivos, vuelven a sus casas.”
Alberto Laiseca

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