Mario Amado salió de la editorial, de la mano de su circunstancial pareja, la periodista travesti Glenda Glande, aquella que se hizo famosa con un escándalo, cuando la encontraron en un baldío con un enano “en situación dudosa”, dijeron los medios, digamos cepillandose los dientes con carne para ser mas precisos, y con la filmación la acusaron de abusar de un menor, pero el enano pisaba los cuarenta y pico, no vaya a creer, auque ésa ya es otra historia.
Niceta lo esperaba ansiosa, en la esquina, con intención de abordarlo y al ver que estaba acompañado se escondió y le sacó un par de fotos. “Lo esencial es envidiable a los otros”, pensó, parafraseando a cierto príncipe maraca, de gustos extraños, que se enfiestaba con corderos y aviadores.
La cuestión es que empezó a seguir a Mario por todos lados durante días, obsesionada, lo espiaba, lo amaba en secreto, sin saber que el también la había buscado algún tiempo.
A decir verdad, la Niceta quedó un poco tocada después de aquella maratón sexual con Marito y no volvió a ser la misma. Se había metido en lugar santo, quería ser monja porque estaba convencida de que le había visto la cara a Dios, pero al poco tiempo le volvieron los calores, por no decir que tuvo una especie de fiebre uterina, y claro, quiso volver a ver la cara del Sumo Creador, el problema es que para lograrlo según el dogma católico hay que llevar una vida ascética, rezar a cada rato y por último morirse. Y no, no es muy lógico tener una vida de mierda para morirse y sin garantías de encontrarlo al Señor este. Por lo tanto la estadía de la Niceta en el convento fue muy corta.
Era sufrida la gorda, ya de chiquita, los chicos del barrio le decían OINK OINK, y se había acostumbrado a los piropos:-Gorda no te toco ni con una rama seca; -Suspendé los postres!- Vaca entrégate a Coto... – Y cómo odió a los padres cuando la metieron a boy scout:- Y a ver si hacés algún amiguito, inútil, el ejercicio te va ayudar chancha de mierda...- Y la sometían a dietas y tratamientos, pero a ella nunca le molestó ser gorda, era feliz y no la entendían.
La vida siguió su curso y la Niceta se convirtió en una mole de tejido adiposo y ahora estaba sedienta de sexo, era un hipopótamo en celo. Varias víctimas habían sucumbido ya ante su insaciable ventosa. Látigos, corsets, frutas, verduras y picanas eléctricas, cualquier arma era buena para el combate y si no alcanzaban venían los golpes -A veces una buena paliza es el mejor de los bálsamos- decía, mientras aplicaba un uppercut seguido de un derechazo.
Vicio y virtud son para el artista materiales de arte, escribió Oscar Wilde, y ella pensaba que la anatomía humana era, por sí misma, una obra de arte. Podría decirse también que la bellísima gordita, parecía una estatua de Botero. Tenía el vicio de la carne y la virtud de reventar a sus compañeros de lecho. Los dejaba extasiados, secos y vencidos. Quedaban inservibles. Pero ninguno le llegó al alma, ninguno fue capaz de igualar a Marito. Por eso lo siguió hasta que lo encontró solo y lo enfrentó. Tragándose la angustia y los miedos de siempre.
Rubia, ojos celestes y saltones, nariz chiquita y redonda, labios gruesos y sus bien llevados doscientos cincuenta kilos. Excesivamente maquillada, porque ahora trabajaba como empleada municipal y es sabido que las empleadas municipales se pintarrajean cual callejeras para facilitar la subsistencia de las vendedoras de Avon, que es algo así como la competencia de la GUACHAMPU.
Fue verla y se le endureció el muñeco. Ella lo invitó a su casa y se fueron sin más preámbulo. Por el camino Marito comentó que ya no escribía relatos eróticos, estaba con un proyecto nuevo, MI DUCHA, una suerte de ensayo neo nazi sobre la higiene personal, algo mucho más serio, claro.
Al llegar al departamento notó que en el suelo se paseaba un lorito con las alas recortadas, un pajarraco más boludo que la famosa gaviotita de Bach. -¿Qué haces ahí Juan Salvador? Vení vamos a tu jaulita- dijo la Niceta y se agachó para agarrarlo.
En ese preciso instante se escuchó una flatulencia, más que flatulencia un descomunal pedo sónico que provocó un fenómeno Poltergheist. Se cayeron hasta los imanes de la heladera. Lejos de deserotizarse, Marito volvió a ser el de antes, el retorno del paja. Se bajó los lienzos en un santiamén y quedó blandiendo su espada que parecía un salmón rosado recién sacado del agua.
La gorda dejó todo como estaba. Desesperada, pegó un grito samurai, lo agarró de las orejas y lo revoleó hasta la cama. En esta oportunidad la música de fondo, debería ser la del show de Benny Hill. Lo montó y lo sacudió para todos lados como si estuviese zamarreando una alfombra con piojos. El placer de la mujer, en ocasiones, reside en el placer del hombre. El la miraba con lascivia y ella disfrutaba lujuriosa de sus alaridos mientras lo baboseaba pasando esa lengua enorme por las zonas erógenas más recónditas y extrañas. Unas mordidas, pellizcos, rasguñones, sudor y lagrimas. Después de casi dos horas de exquisito tormento entraron en erupción como el Vesubio sepultando Pompeya. Fue una explosión multicolor de fuegos de artificio navideños. Como si mil agujas electrificadas los pincharan al mismo tiempo.
Esta vez ella cayó rendida y se durmió al instante. Marito se sintió más viejo.
La Niceta roncaba y en la mesita de noche había una cortaplumas Victorinox, esas de niño explorador.
El paja, cansado quiso ir al baño, se equivocó de puerta y entró en un cuarto rarísimo, tapizado con fotografías de hombres de todo tipo. En más de la mitad, aparecía él. Había muchísimas velas de colores y juguetes sexuales. Tuvo un poco de miedo, cerró la puerta. Fue hasta la cocina por un vaso de agua. En la pared estaba escrito: “Ningún eunuco pudo penetrar en los anales de la historia”. Le dio un escalofrío. Niceta, la hermosa Venus del neolítico, roncaba.
Abrió el refrigerador para sacar el agua y no pudo dar crédito a sus ojos al ver todo un arsenal de bijouterie digna de Jack the Ripper.
Un collar hecho de testículos y dedos de pie, un colgante con varios penes engarzados como dijes, pulseras y aros confeccionados con partes pudendas masculinas. Pitos, chotas, garompas y pijotes llenaban la heladera. Se puso pálido, casi se desmaya. Quiso salir corriendo, pero la puerta estaba con llave. La miró, roncaba feliz esbozando una sonrisa o una mueca, una especie de risita tipo Giocconda. Era una montaña de placer y grasa. Parecía un barco viejo, encallado en La Boca. (Con ese perfume y todo). Sonó otro gasecito que sacudió las sábanas. Se quedó un rato en silencio, toqueteándose el ganso como en los viejos tiempos. Contemplándola. Amándola. Agarró la Victorinox y la tiró por la ventana.
Se sacó el calzoncillo y lentamente se acomodó en la cama, tratando de no despertarla.
Niceta lo esperaba ansiosa, en la esquina, con intención de abordarlo y al ver que estaba acompañado se escondió y le sacó un par de fotos. “Lo esencial es envidiable a los otros”, pensó, parafraseando a cierto príncipe maraca, de gustos extraños, que se enfiestaba con corderos y aviadores.
La cuestión es que empezó a seguir a Mario por todos lados durante días, obsesionada, lo espiaba, lo amaba en secreto, sin saber que el también la había buscado algún tiempo.
A decir verdad, la Niceta quedó un poco tocada después de aquella maratón sexual con Marito y no volvió a ser la misma. Se había metido en lugar santo, quería ser monja porque estaba convencida de que le había visto la cara a Dios, pero al poco tiempo le volvieron los calores, por no decir que tuvo una especie de fiebre uterina, y claro, quiso volver a ver la cara del Sumo Creador, el problema es que para lograrlo según el dogma católico hay que llevar una vida ascética, rezar a cada rato y por último morirse. Y no, no es muy lógico tener una vida de mierda para morirse y sin garantías de encontrarlo al Señor este. Por lo tanto la estadía de la Niceta en el convento fue muy corta.
Era sufrida la gorda, ya de chiquita, los chicos del barrio le decían OINK OINK, y se había acostumbrado a los piropos:-Gorda no te toco ni con una rama seca; -Suspendé los postres!- Vaca entrégate a Coto... – Y cómo odió a los padres cuando la metieron a boy scout:- Y a ver si hacés algún amiguito, inútil, el ejercicio te va ayudar chancha de mierda...- Y la sometían a dietas y tratamientos, pero a ella nunca le molestó ser gorda, era feliz y no la entendían.
La vida siguió su curso y la Niceta se convirtió en una mole de tejido adiposo y ahora estaba sedienta de sexo, era un hipopótamo en celo. Varias víctimas habían sucumbido ya ante su insaciable ventosa. Látigos, corsets, frutas, verduras y picanas eléctricas, cualquier arma era buena para el combate y si no alcanzaban venían los golpes -A veces una buena paliza es el mejor de los bálsamos- decía, mientras aplicaba un uppercut seguido de un derechazo.
Vicio y virtud son para el artista materiales de arte, escribió Oscar Wilde, y ella pensaba que la anatomía humana era, por sí misma, una obra de arte. Podría decirse también que la bellísima gordita, parecía una estatua de Botero. Tenía el vicio de la carne y la virtud de reventar a sus compañeros de lecho. Los dejaba extasiados, secos y vencidos. Quedaban inservibles. Pero ninguno le llegó al alma, ninguno fue capaz de igualar a Marito. Por eso lo siguió hasta que lo encontró solo y lo enfrentó. Tragándose la angustia y los miedos de siempre.
Rubia, ojos celestes y saltones, nariz chiquita y redonda, labios gruesos y sus bien llevados doscientos cincuenta kilos. Excesivamente maquillada, porque ahora trabajaba como empleada municipal y es sabido que las empleadas municipales se pintarrajean cual callejeras para facilitar la subsistencia de las vendedoras de Avon, que es algo así como la competencia de la GUACHAMPU.
Fue verla y se le endureció el muñeco. Ella lo invitó a su casa y se fueron sin más preámbulo. Por el camino Marito comentó que ya no escribía relatos eróticos, estaba con un proyecto nuevo, MI DUCHA, una suerte de ensayo neo nazi sobre la higiene personal, algo mucho más serio, claro.
Al llegar al departamento notó que en el suelo se paseaba un lorito con las alas recortadas, un pajarraco más boludo que la famosa gaviotita de Bach. -¿Qué haces ahí Juan Salvador? Vení vamos a tu jaulita- dijo la Niceta y se agachó para agarrarlo.
En ese preciso instante se escuchó una flatulencia, más que flatulencia un descomunal pedo sónico que provocó un fenómeno Poltergheist. Se cayeron hasta los imanes de la heladera. Lejos de deserotizarse, Marito volvió a ser el de antes, el retorno del paja. Se bajó los lienzos en un santiamén y quedó blandiendo su espada que parecía un salmón rosado recién sacado del agua.
La gorda dejó todo como estaba. Desesperada, pegó un grito samurai, lo agarró de las orejas y lo revoleó hasta la cama. En esta oportunidad la música de fondo, debería ser la del show de Benny Hill. Lo montó y lo sacudió para todos lados como si estuviese zamarreando una alfombra con piojos. El placer de la mujer, en ocasiones, reside en el placer del hombre. El la miraba con lascivia y ella disfrutaba lujuriosa de sus alaridos mientras lo baboseaba pasando esa lengua enorme por las zonas erógenas más recónditas y extrañas. Unas mordidas, pellizcos, rasguñones, sudor y lagrimas. Después de casi dos horas de exquisito tormento entraron en erupción como el Vesubio sepultando Pompeya. Fue una explosión multicolor de fuegos de artificio navideños. Como si mil agujas electrificadas los pincharan al mismo tiempo.
Esta vez ella cayó rendida y se durmió al instante. Marito se sintió más viejo.
La Niceta roncaba y en la mesita de noche había una cortaplumas Victorinox, esas de niño explorador.
El paja, cansado quiso ir al baño, se equivocó de puerta y entró en un cuarto rarísimo, tapizado con fotografías de hombres de todo tipo. En más de la mitad, aparecía él. Había muchísimas velas de colores y juguetes sexuales. Tuvo un poco de miedo, cerró la puerta. Fue hasta la cocina por un vaso de agua. En la pared estaba escrito: “Ningún eunuco pudo penetrar en los anales de la historia”. Le dio un escalofrío. Niceta, la hermosa Venus del neolítico, roncaba.
Abrió el refrigerador para sacar el agua y no pudo dar crédito a sus ojos al ver todo un arsenal de bijouterie digna de Jack the Ripper.
Un collar hecho de testículos y dedos de pie, un colgante con varios penes engarzados como dijes, pulseras y aros confeccionados con partes pudendas masculinas. Pitos, chotas, garompas y pijotes llenaban la heladera. Se puso pálido, casi se desmaya. Quiso salir corriendo, pero la puerta estaba con llave. La miró, roncaba feliz esbozando una sonrisa o una mueca, una especie de risita tipo Giocconda. Era una montaña de placer y grasa. Parecía un barco viejo, encallado en La Boca. (Con ese perfume y todo). Sonó otro gasecito que sacudió las sábanas. Se quedó un rato en silencio, toqueteándose el ganso como en los viejos tiempos. Contemplándola. Amándola. Agarró la Victorinox y la tiró por la ventana.
Se sacó el calzoncillo y lentamente se acomodó en la cama, tratando de no despertarla.
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