martes, 23 de octubre de 2007

TAXI DRIVER (La conveniencia de un verbo)

Hacía rato que estaba dando vueltas y nada. La tarde se me caía encima. Se largó a llover, quizás ayude un poco. Ya estaba asomando sutilmente la idea de mandar todo a al mierda. El tacho cansa. Había dormido bastante mal, ya que la madrugada me sorprendió tratando de hacer un balance sobre mi vida en los últimos años y llegué a la conclusión de que yo soy lo único que tengo, es decir todo mi patrimonio consiste en mi cuerpo y mi capacidad de mantenerlo con vida. Vivo atrapado entre dos mundos, el de los sueños y el de la realidad y debo hacer grandes esfuerzos para saber por cuál estoy transitando. La realidad es trágica y cruda como una pesadilla. Está plagada de ficciones tan inverosilimiles como los sueños de un loco. El mundo de los sueños es casi real, tangible y es en donde puedo ser yo sin temor a que me encierren.
En definitiva, digamos que tenía sueño pero tenía que laburar en el mundo real.
Debía haber huelga de pasajeros o algo por el estilo. Encendí la radio, empezaba NO BOMBARDEEN BUENOS AIRES, una suerte de magazine surrealista y bizarro, conducido por un tal Pandolfelli... –“Y, ahora algo así como, noticias y clasificados mechados de mensajes subliminales de probada efectividad... Lobo marino viaja a Mar Del Plata durante fin de semana largo y al no llevarse saquito por si refrescaba queda trágicamente duro sobre la rambla de la perla del Atlántico... Nuevo proyecto de ley, ya no estaría penado comerse a un primo segundo durante un casamiento por civil...
Vecino de San Fermín explota de indignación ante la masiva suelta de jabalies saturnales realizada el 29 de agosto en la luna... Dijo un filosofo de Lanús, yo creo que el amor existe, pero no cero que él crea que yo existo... Permuto mono ambiente por mono hambriento, preguntar por Carlos.”
Empezó a sonar un tema de Frank Zappa, subí un poco el volumen y seguí yirando.
Paré un rato en una esquina y vi a un abuelo fumando en pipa que llevaba de la mano a un borreguito con delantal de jardín de infantes. El nono le dijo: ¿Querés que te cuente el cuento de buena pipa? Sí, sí...Yo no te dije si, si , yo te dije si querés que te cuente el cuento de la buena pipa... Sí, contame... -decía el pobre e iluso pichón de hombre-...Yo no te dije sí, contame, yo te dije si querés que te cuente el cuento de la buena pipa... Tuve una sensación de angustia y arranqué; seguí dando vueltas. Posé mis ojos en un cartel que decía: Eliminemos las cucarachas vote Sí a la intervención del FMI (Foro Mundial de Insecticidas). La invasión de bichos ya era un problema del estado, pero a mi me importaba muy poco...
En eso paro en un semáforo y la veo. Salió de una peluquería, la escuché putear a la lluvia. Me hizo señas y esperó debajo de un toldito. Juego de luces, apagué la radio vacié el cenicero y touch de desodorante. Me arrimé al cordón todo lo que pude y subió. No se mojó, estaba radiante. Prendí el reloj y me quedé mirándola por el retrovisor. Demasiada belleza para ser de este mundo. Debo confesar, que a los tipos comunes como yo, las mujeres tan hermosas nos duelen un poquito. No me salían las palabras, así que la miré, como preguntando ¿a dónde? No dijo nada, pero me devolvió una mirada extraña. El semáforo se puso verde y tuve que arrancar para evitar las puteadas de los que venían atrás. Continué derecho por algunas cuadras. Mi cabeza era un remolino; ¿a dónde va señorita? No respondió, pero otra ves me echó una mirada como de sorpresa, como si fuera mi obligación saber a donde iba o vaya uno a saber que otra cosa. Quise hablarle. Pude recitarle algunos versos, ¿Habría leído a Rilke? ¿Y a Doroty Parker? Pude comentarle acerca de algún postulado filosófico de esos que me paso rumiando todo el día, pero no, no era el lugar y no me gusta quedar como esos tipos que pretenden levantarse una mina en una bailanta hablándole sobre la vida de Nietzche, pude decirle que era la mujer más linda que subió a mi taxi. Que aquella situación se me hacía incomoda, que nadie escucha, que nadie entiende realmente a los demás, que nos falta comunicación, que vivimos solos y angustiados y lo único que compartimos con los demás es nuestra soledad, qué otra cosa son los amigos, más que soledades encontradas?... Pero estaba lloviendo y en esta historia soy taxista, así que me limité a comentar: -Qué tiempo loco... ¿No?. No contestó, hizo un gesto de fastidio, yo seguí derecho. De a ratos la miraba por el espejo, ella me estaba clavando los ojos. Hacía poses como para fotografías. Me puso nervioso cuando se estiró en el asiento, como si fuese un sofá y se acariciaba el pelo. La dejé hacer, o está loca, o está conmigo, pensé. Miré por la ventanilla y en la vereda estaban el abuelo y nietito... Pero yo no te dije dale abuelo, lo vas a contar o no, yo te dije si querés que te cuente el cuento de la buena pipa.
Pero Sssiii... yo no te dije, pero Sssiii, yo te dije si querés que te cuente el cuento de la buena pipa... –decía el anciano mientras fumaba-. En mi asiento trasero seguían los berrinches. Encendí la radio sin consultarle, total no iba a contestar. Estaban hablando de una tal Romina Villar o algo así, se le iluminó el rostro, me miró contenta. Yo indiferente giré el dial, alguien comentaba que en la comunidad de la etnia otomí, en el estado de Querétaro a unos doscientos kilómetros de la capital de México, siguiendo unas leyes ancestrales, dos mujeres habían untado un picante en los genitales de una tercera por haber cometido adulterio... Giré el dial y puse la de tango. -Que la gola se va y la fama es puro cuento.../ canté con Gardel. Me miró consternada, con odio. Afuera seguía lloviendo y naufragábamos sin rumbo dentro del Ford Falcón. Cuando pasamos por Santa Fé y Larrea, el tránsito era un caos, habían tirado un par de sillas al medio de la calle y casi se produce un choque. Pero eso... Lo contaré en otro libro.
Doblé por Larrea, mientras seguía cantando. En ese momento caí en la cuenta de que viajábamos en círculos. En la vereda vi al abuelo, tirado en el piso, con la pipa clavada en un ojo, y el pequeño saltando sobre su estomago al grito de: Contame, contame, contame.
Ella estaba enojada. -Apagá la radio y doblá en ésta- Habló!!! Pude preguntarle que cuernos le pasaba, pero como dije antes en esta historia soy un taxista así que me limité a apagar la radio y comentar: Qué grande Carlitos Gardel Eh!. Nada, volvió a sus rabietas. Parecía sorprendida, como si quisiera decirme algo sin atreverse.
Nadie las entiende hermano. Después de unas cuadras -Está bien déjame acá-. Son seis pesos le dije y me echó la peor de sus miradas, como preguntando ¿Me vas a cobrar? Se acarició el pelo y otra miradita. Me dio diez pesos. Está bien déjalo dijo resignada. Juro que no la entendí. Paró de llover y un rato después de yirar al pedo, decidí parar un minuto a tomar algo con los muchachos en el bar. No pude evitar pensar en ella. Qué hembra! Empecé a verla de repente en todas partes. En los afiches, en cada esquina. En la remera de un pendejo que cruzaba la calle. En las paradas de colectivos. La veía en todos lados. En los cartelones de publicidad, hasta en las tapas de las revistas, en el kiosco de diarios de la estación. Mierda. ¿Me habré enamorado? Demasiado linda. No. No puede ser. Realmente la veía en todas partes.
Cuando llegué, saludé y pedí una cerveza. En una mesa estaban el Mario y el gordo Tortilletti, tomando ginebra con Virgilio, un verdadero muchacho Punk oriundo de Mataderos, bajista de Bolo Fekal, una banda under de vuelo gallináceo. En la barra, el resto de la gente, hablaba a los gritos como de costumbre. Miraban televisión. Tito contó que había llevado al Ruso a tribunales ¿A quién? Al Ruso rengo, ése de la tele, el de Polémica en el bar. Cacho por no ser menos, comentó que lo había tomado no sé que actorsucho famoso que estaría viviendo de prestado los quince minutos de Warhol. Y el Gringo había atropellado a un boludo vestido de payaso que bajó del colectivo sin mirar para atrás.
En la tele pasaron una propaganda de champú de Hinojos Guachampú. Todos los presentes opinaron que la Romina Villar esa estaba muy, pero muy cogestible, y si, si, la verdad es que era hermosa... Tomé el último trago, manoteé el diario y saliendo del bar, señale la tele con el llavero, eché una vista panorámica y les dije: Esa mina... Esa mina anduvo conmigo.

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